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"-- Mira, Sancho --dijo don Quijote--, mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor a las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quisome bien, al parecer, Altisidora; diome los tres tocadores que sabes, lloro en mi partida, maldijome, vituperome, quejose, a despecho de la verguenza, publicamente: senales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle, ni tesoros que ofrecerle, porque las mias las tengo entregadas a Dulcinea, y los tesoros de los caballeros andantes son, como los de los duendes, aparentes y falsos, y solo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuicio, pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tu agravias con la remision que tienes en azotarte y en castigar esas carnes, que vea yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre senora. -- Senor --respondio Sancho--, si va a decir la verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos de los encantados, que es como si dijesemos: "Si os duele la cabeza, untaos las rodillas". A lo menos, yo osare jurar que en cuantas historias vuesa merced ha leido que tratan de la andante caballeria no ha visto algun desencantado por azotes; pero, por si o por no, yo me los dare, cuando tenga gana y el tiempo me de comodidad para castigarme. -- Dios lo haga --respondio don Quijote--, y los cielos te den gracia para que caigas en la cuenta y en la obligacion que te corre de ayudar a mi senora, que lo es tuya, pues tu eres mio."