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La calle del Faubourg Saint-Antoine era muy larga. Comenzaba en lo que antes habia sido un faubourg, un barrio de las afueras, situado al este de la ciudad antigua. Mucho antes de la Revolucion, ya era una zona de artesanos, donde se encontraban la mayoria de los carpinteros y ebanistas. Pese a las ideas republicanas, y a veces radicales, que en general defendian, muchos de aquellos habiles artesanos y pequenos comerciantes eran, como Petit, muy conservadores en lo que concernia al nucleo familiar. No obstante, mas de un monarca habia podido comprobar en el pasado que, cuando se echaban a la calle, eran implacables. Petit emprendio la caminata con paso febril. La nieve se habia fundido y las calles estaban secas. Al cabo de poco, llego al lugar donde antes se alzaba la fortaleza de la Bastilla y que entonces no era mas que un gran espacio vacio sobre el que flotaba un cielo gris de negros presagios. Alli comenzaba la ciudad antigua. A partir de ese punto, la calle ya no se denominaba faubourg, sino simplemente calle Saint-Antoine. Al cabo de un centenar de metros, volvia a cambiar de nombre, adoptando el de Rivoli. Con aquel prestigioso nombre, conducia a la antigua plaza del mercado de la Greve, contigua al rio, donde habian reconstruido el ayuntamiento, el Hotel de Ville, al que le habian conferido un aspecto de enorme y ornamentado castillo. Despues paso por el antiguo Chatelet, donde en la Edad Media administraba justicia el preboste. Aunque habia aminorado el paso, Petit todavia caminaba deprisa y, pese al frio, sudaba un poco. Finalmente, se cepillo con gesto inconsciente las mangas del abrigo cuando entro en la zona mas regia de la calle de Rivoli, con la larga serie de arcadas que se sucedian frente al solemne palacio del Louvre y los jardines de las Tullerias, hasta que llego al vasto espacio despejado de la plaza de la Concordia. Llevaba caminando mas de una hora. Su ira se habia transformado en una sombria y amarga rabia impregnada de desesperacion. Torcio hacia el bonito templo clasico de la Madeleine. Justo al oeste de la Madeleine, empezaba otro de los grandes bulevares residenciales proyectados por el baron Haussmann. El bulevar de Malesherbes partia de alli en diagonal para acabar en una de las puertas noroccidentales de la ciudad, mas alla del final del parque Monceau. El serio caracter del bulevar adquiria un aire mas moderno en los sectores proximos a la Madeleine, precisamente en la zona donde se encontraba, en un gran edificio de la Belle Epoque, el piso de Jules Blanchard.