Es imposible describir la ternura que he empezado a sentir por ellos: hienas, camellos y todos los demas. Hasta el oso polar, que veo tumbado sobre su costado, mordisqueando sus zarpas de doce centimetros con sus dientes de doce centimetros. El amor por estos animales me invade repentinamente, como un torrente, y se eleva dentro de mi, solido como un obelisco y fluido como el agua.