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Habia una vez, una chica que hablaba con la luna. Y ella era misteriosa y perfecta, de la forma en que lo son las chicas que hablan con la luna. En la casa de al lado, vivia un chico. Y el chico observaba a la chica volverse mas y mas perfecta, y mas y mas hermosa con cada ano que pasaba. El la veia observar la luna. Y comenzo a preguntarse si la luna le ayudaria a desentranar el misterio de la hermosa chica. Asi que el chico miro hacia el cielo. Pero no podia concentrarse en la luna. Estaba demasiado distraido por las estrellas. Y no importaba cuantas canciones o poemas hubiera escrito ya sobre ellas, cada vez que el pensaba en la chica, las estrellas resplandecian mas brillantes. Como si fuera ella quien las mantenia iluminadas. Un dia, el chico tuvo que mudarse. No podia llevarse a la chica con el, asi que se llevo las estrellas. Cada vez que miraba por la ventana en la noche, comenzaria con una. Una estrella. Y el chico le pediria un deseo, y el deseo seria su nombre. Ante el sonido de su nombre, una segunda estrella apareceria. Y entonces el desearia su nombre otra vez, y las estrellas se duplicarian en cuatro. Y cuatro se convertirian en ocho, y las ocho en dieciseis, y asi sucesivamente, en la mayor ecuacion matematica que el universo jamas habia visto. Y para el momento en que una hora habia transcurrido, el cielo estaria iluminado de tantas estrellas que despertaria a sus vecinos. La gente se preguntaba quien habia encendido los focos. El chico lo hizo. Al pensar en la chica.