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Nada me habia dicho de aquel extrano tembleque de manos que convertia cada boton, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me habia dicho de aquel embrujo de piel palida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecia arder en cada poro de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabia que el milagro solo sucedia una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huian para siempre.