Igual que la ya vieja industria del entretenimiento necesita alimentarse del kitsch estetico, que regala a quien lo consume la ilusion de estar gozando del arte autentico sin pedirle a cambio ninguno de los esfuerzos que ese goce exige ni obligarle a que se exponga a ninguna de las aventuras intelectuales y los riesgos morales que entrana, la nueva industria de la memoria necesita alimentarse del kitsch historico, que regala a quien lo consume la ilusion de conocer la historia real ahorrandole esfuerzos, pero sobre todo ahorrandole las ironias y contradicciones y desasosiegos y verguenzas y espantos y nauseas y vertigos y dececpciones que ese conocimiento depara (...).