Barcelona, madre de laberintos, alberga en lo mas sombrio de su corazon una madeja de callejones anundados en un arrecife de ruinas presentes y futuras en el que viajeros intrepidos y espiritus extraviados de todas condicion quedan atrapados para siempre en un distrito al que, a falta de mas certera advertencia, algun bendito cartografo tuvo a bien bautizar como el Raval.