Comprendi al punto: era la lucha entre los hombres y las maquinas, preparada, esperada y temida desde hace mucho tiempo, la que por fin habia estallado. Por todas partes yacian muertos y mutilados, por todas partes tambien automoviles apedreados, retorcidos, medio quemados; sobre la espantosa confusion volaban aeroplanos, y tambien a estos se les tiraba desde muchos tejados y ventanas con fusiles y con ametralladoras. En todas las paredes anuncios fieros y magnificamente llamativos invitaban a toda la nacion, en letras gigantescas que ardian como antorchas, a ponerse al fin al lado de los hombres contra las maquinas, a asesinar por fin a los ricos opulentos, bien vestidos y perfumados, que con ayuda de las maquinas sacaban el jugo a los demas y hacer polvo a la vez sus grandes automoviles, que no cesaban de toser, de grunir con mala intencion y de hacer un ruido infernal, a incendiar por ultimo las fabricas y barrer y despoblar un poco la tierra profanada, para que pudiera volver a salir la hierba y surgir otra vez del polvoriento mundo de cemento algo asi como bosques, praderas, pastos, arroyos y marismas. Otros anuncios, en cambio, en colores mas finos y menos infantiles, redactados en una forma muy inteligente y espiritual, prevenian con afan a todos los propietarios y a todos los circunspectos contra el caos amenazador de la anarquia, cantaban con verdadera emocion la bendicion del orden, del trabajo, de la propiedad, de la cultura, del derecho, y ensalzaban las maquinas como la mas alta y ultima conquista del hombre, con cuya ayuda habriamos de convertirnos en dioses. Pensativo y admirado lei los anuncios, los rojos y los verdes; de un modo extrano me impresiono su inflamada oratoria, su logica aplastante; tenian razon, y, hondamente convencido, me quede parado ya ante uno, ya ante el otro, y, sin embargo, un tanto inquieto por el tiroteo bastante vivo. El caso es que lo principal estaba claro: habia guerra, una guerra violenta, racial y altamente simpatica, en donde no se trataba de emperadores, republicas, fronteras, ni de banderas y colores y otras cosas por el estilo, mas bien decorativas y teatrales, de fruslerias en el fondo, sino en donde todo aquel a quien le faltaba aire para respirar y a quien ya no le sabia bien la vida, daba persuasiva expresion a su malestar y trataba de preparar la destruccion general del mundo civilizado de hojalata. Vi como a todos les salia risueno a los ojos, claro y sincero, el afan de destruccion y de exterminio, y dentro de mi mismo florecian estas salvajes flores rojas, grandes y lozanas, y no reian menos. Con alegria me incorpore a la lucha.