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"A VECES LA MANANA AYUDA Hace tiempo que ando escribiendo una cronica que llevaria el titulo "No siempre la manana ayuda". Y hasta tenia el comienzo apuntado en un papel por ahi, a toda prisa, sobre la mesa del despacho. Empieza asi: "Al salir de la casa y tropezar con el rostro del sol(antiguamente lo representabamos asi, con una amplia sonrisa y los ojos alegres, con una cabellera de rayos resplandecientes), deberiamos caer de rodillas, ofrecer cualquier cosa al culto pagano de la luz y sentir despues el mundo conquistado. Pero todos tenemos otra cosa que hacer". Y saldria uno por ahi fuera a ahuyentar la melancolia, a justificar el titulo, en definitiva. Algo me ha impedido continuar. Y se que hoy no voy a concluir una prosa que me enfrentaria al lector. Y es que, sin esperarlo, se desperto en mi memoria un caso acontecido entre dos hombres, un caso que viene a demostrar que, a veces, la manana ayuda, si senor. Vamos, pues, con la historia. Imagine el lector un vagon de tren. Lleno. El dia no es ni feo ni bonito: tiene algo de sol, unas nubes que lo cubren, y hay una brisa cortante alla afuera. Los viajeros van callados, hacen todos unos gestos involuntarios al albur del traqueteo. Unos leen periodicos, otros se ausentan hacia un pais silencioso y solo habitado por pensamientos ocultos e indefinidos. Hay una gran indiferencia en la atmosfera, y el sol, al descubrirse, ilumina un escenario de rostros apagados. Entonces, el hombre mas(pero muy lejos deser un adolescente), que esta sentado junto a la ventanilla, empieza a tararear en sordina una vaga cancion. Quiza no tenga motivos especiales de contento, pero, en aquella hora, la necesidad de cantar es irresistible. Todo cuanto acude a su memoria sirve. Y va tan absorto en su pura y gratuita alegria que ni siquiera repara en que el vecino de asiento se muestra ofendido y esboza esos movimientos elocuentes que sustituyen a las palabras cuando no hay valor para pronunciarlas. Frente al hombre que canta, hay un viejo. Este desde que salio anda rumiando problemas que lo atormentan. Es muy viejo, y esta enfermo. Ha dormido mal. Sabe que va a tener un dia dificil. Y detras de el una voz deshilacha canciones, badabadaba, notas de musica, de un modo impreciso pero obstinadamente vivo y afirmativo. El sol sique jugando al escondite. Y el mar, que subitamente aparece se puebla de islas de sombra entre grandes lagos de plata fundida. A lo lejos, la ciudad se diluye en humo y niebla seca. Silenciosa, a aquella distancia, tiene un aire de fatalidad y resignacion, como un cuerpo que ha renunciado a vivir y se extingue lentamente. Es grande el peligro de que la melancolia triunfe definitivamente. Pero el hombre insiste. Ya no es posible identificar al que canta. Ahora sale de su boca un flujo de armonia, un lenguaje que ha desistido de la articulacion coherente para penetrarse mejor de la sustancia de la musica. Esto acabra sin duda con un grito irreprimible de alegria, con indignacion y escandalo de los viajeros. Ocurrio, sin embargo, que la ciudad llego de repente. Se abrieron las puertas, la gente se precipito, empujandose, olvidandose unos de otros. El hombre se levanta, murmurando aun algo. Sigue a lo largo del anden, va a lo suyo, con su musica. Y, de pronto, alguien lo coge del brazo. El viejo esta a su lado, se juraria que tiene los ojos humedos, y dice: "Gracias. Yo venia preocupado y triste. Cuando lo oi cantar senti una gran paz, y durante todo el camino vine pidiendole a Dios que siguiera usted cantando. Muchas gracias". El hombre de las canciones sonrio, primero con embarazo, luego como si fuera el amo del mundo. Se separaron. Y fue cada uno a su trabajo, con la musica que era de los dos."