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A todo esto, yo me sentia muy mal. Vivia en una orgia autodestructiva y constante; y mientras mis companeros me consideraban un cabecilla y un jabato, un muchacho valiente y juerguista, mi alma atemorizada aleteaba llena de angustia en lo mas profundo de mi ser. Recuerdo que al salir de una taberna un domingo por la manana me brotaron las lagrimas al ver unos ninos jugando en la calle, limpios y alegres, recien peinados y vestidos de domingo. Y mientras yo me divertia y a menudo, en torno a una mesa sucia en tabernas de baja estofa, asustaba a mis amigos con mi inaudito cinismo, tenia en el fondo del corazon un gran respeto por todo aquello que ridiculizaba y en mi interior me arrodillaba ante mi alma, ante mi pasado, ante mi madre.