me habia explicado en una ocasion que no existia en la vida experiencia comparable a la de la primera vez en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me habia mentido, pero tampoco me habia contado toda la verdad. Nada me habia dicho de aquel extrano tembleque de manos que convertia cada boton, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me habia dicho de aquel embrujo de piel palida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecia arder en cada poro de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabia que el milagro solo sucedia una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huian para siempre.