La vez primera nos le volvieron atravesado sobre un jumento, molido a palos. La segunda vino en un carro de bueyes, metido y encerrado en una jaula, adonde el se daba a entender que estaba encantado; y venia tal el triste, que no le conociera la madre que le pario: flaco, amarillo, los ojos hundidos en los ultimos camaranchones del celebro, que, para haberle de volver algun tanto en si, gaste mas de seiscientos huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas, que no me dejaran mentir.