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Era ella quien se abria como una sandia madura, roja, jugosa, tibia, ella quien sudaba esa fragancia penetrante de mariscos, ella quien lo mordia, lo aranaba, lo chupaba, gemia, agonizaba de sofoco y de placer. Era en su carne compasiva donde se sumergia hasta perder el aliento y volverse esponja, medusa, estrella de altamar.