"En ocasiones, me sentia descontento y atormentado de deseos. Creia no poder soportar ya por mas tiempo tenerla a mi lado sin estrecharla entre mis brazos. Tambien esto lo adivino ella en seguida, y al verme llegar una tarde a su casa, agitado y confuso, despues de varios dias de retraimiento, me llevo aparte y me dijo: "No debe usted entregarse a deseos en los que no cree. Se lo que usted desea. Tiene usted que abandonarlos o desearlos de verdad y por entero. Cuando llegue usted a pedir llevando en si la plena seguridad de lograr su deseo, la demanda y la satisfaccion coincidiran en un solo instante. Pero usted desea y se reprocha, temeroso, sus deseos. Tiene usted que dominar todo eso. Voy a contarle una conseja. Y me conto de un adolescente que estaba enamorado de una estrella. A la orilla del mar extendia los brazos hacia ella, la adoraba, sonaba con ella y le dedicaba todos sus pensamientos. Pero sabia, o creia saber, que un hombre no puede enlazar con sus brazos una estrella. Imaginaba que su destino era amarla siempre sin esperanza y construyo sobre esta idea toda una vida de renunciamiento y de dolor, callado y fiel, que habria de purificarle y ennoblecerle. Una noche se hallaba sentado de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando a su amada y ardiendo en amor por ella. Y en un instante de profundo anhelo salto al vacia, hacia la estrella. Pero todavia entonces penso en la imposibilidad de alcanzarla y cayo, destrozandose contra las rocas. No sabia amar. Si en el momento de saltar hubiese tenido fuerza de alma suficiente para creer fija y seguramente en el logro de su deseo, hubiese volado cielo arriba a reunirse con su estrella. - El amor no debe pedir - continuo -, ni exigir tampoco. Ha de tener la fuerza de llegar en si mismo a la certeza, y entonces atrae ya en lugar de ser atraido. Sinclair, su amor es ahora atraido por mi. Cuando llegue a atraerme, entonces acudire. No quiero hacer un regalo, quiero ser ganada."