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Si me preguntaban mi nacionalidad, debia dar largas explicaciones y dibujar un mapa para demostrar que Chile no quedaba en el centro de Asia, sino en el sur de America. A menudo lo confundian con China, porque el nombre sonaba parecido. Los belgas, acostumbrados a la idea de las colonias en Africa, solian sorprenderse de que mi marido pareciera ingles y yo no fuera negra; alguna vez me preguntaron por que no usaba el traje tipico, que tal vez imaginaban como los vestidos de Carmen Miranda en las peliculas de Hollywood: falda a lunares y un canasto con pinas en la cabeza.