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Juro a vuestras mercedes que no lograba odiarla. Por el contrario, la certeza de que tenia parte en mi desgracia dejabame un regusto agridulce, que intensificaba el hechizo de su recuerdo. Era malvada -y aun lo fue mas con el tiempo, voto a Cristo- pero era bellisima. Y justo esa connivencia de maldad y de belleza, tan ligadas una a otra, me causaba una fascinacion intensa, un doloroso placer al sufrir trabajos y penar por su causa.