Site uses cookies to provide basic functionality.

OK
Hoy esos hombres y mujeres van a Tailandia, a Filipinas, a Botswana, a Bolivia y a cualquier parte donde esperan encontrar gentes que necesitan con desesperacion un trabajo. Van a esos paises con la intencion deliberada de explotar a los desdichados, a seres que tienen hijos desnutridos o famelicos, que viven en barrios de chabolas y que han perdido toda esperanza de una vida mejor; que incluso han dejado de sonar en un futuro. Esos hombres y mujeres salen de sus fastuosos despachos de Manhattan, de San Francisco o de Chicago, se desplazan entre los continentes y los oceanos en lujosos jets, se alojan en hoteles de primera categoria y se agasajan en los mejores restaurantes que esos paises puedan ofrecer. Luego salen a buscar gente desesperada. Son los negreros de nuestra epoca. Pero ya no tienen necesidad de aventurarse en las selvas de Africa en busca de ejemplares robustos para venderlos al mejor postor en las subastas de Charleston, Cartagena o La Habana. Simplemente reclutan a esos desesperados y construyen una fabrica que confeccione las cazadoras, los pantalones vaqueros, las zapatillas deportivas, las piezas de automocion, los componentes para ordenadores y los demas miles de articulos que aquellos saben colocar en los mercados de su eleccion. O tal vez prefieren no ser los duenos de esas fabricas, sino que se limitan a contratar con los negociantes locales, que haran el trabajo sucio por ellos. Esos hombres y mujeres se consideran gente honrada. Regresan a sus paises con fotografias de lugares pintorescos y de antiguas ruinas, para ensenarselas a sus hijos. Asisten a seminarios en donde se dan mutuas palmadas en las espaldas e intercambian consejos sobre como burlar las arbitrariedades aduaneras de aquellos exoticos paises. Sus jefes contratan abogados que les aseguran la perfecta legalidad de lo que ellos y ellas estan haciendo. Y tienen a su disposicion un cuadro de psicoterapeutas y otros expertos en recursos humanos, para que les ayuden a persuadirse de que, en realidad, estan ayudando a esas gentes desesperadas. El esclavista a la antigua usanza se decia a si mismo que su comercio trataba con una especie no del todo humana, a cuyos individuos ofrecia la oportunidad de convertirse al cristianismo. Al mismo tiempo, entendia que los esclavos eran indispensables para la supervivencia de su propia sociedad, de cuya economia constituian el fundamento. El esclavista moderno se convence a si mismo (o a si misma) de que es mejor para los desesperados ganar un dolar al dia que no ganar absolutamente nada. Y ademas se les ofrece la oportunidad de integrarse en la mas amplia comunidad global. El o ella tambien comprenden que esos desesperados son esenciales para la supervivencia de sus companias, y que son los fundamentos del nivel de vida que sus explotadores disfrutan. Nunca se detienen a reflexionar sobre las consecuencias mas amplias de lo que ellos y ellas, su nivel de vida y el sistema economico en que todo eso se asienta estan haciendole al planeta, ni sobre como, finalmente, todo eso repercutira en el porvenir de sus propios hijos.