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Aquella noche interminable, mientras el coronel Gerineldo Marquez evocaba sus tardes muertas en el costurero de Amaranta, el coronel Aureliano Buendia rasguno durante muchas horas, tratando de romperla, la dura cascara de su soledad. Sus unicos instantes felices, desde la tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo, habian transcurrido en el taller de plateria, donde se le iba el tiempo armando pescaditos de oro. Habia tenido que promover 32 guerras, y habia tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta anos de retraso los privilegios de la simplicidad.