Me pregunto si los demas, de ninos, tienen ese tipo de imagen, a la vez vaga y concreta, de lo que les gustaria ser de mayores. No hablo de esperanzas y aspiraciones, ni de vagas ambiciones, ese tipo de cosa. Desde el principio fui muy preciso y definido en mis expectativas. No queria ser maquinista de tren ni un explorador famoso. Cuando escudrinaba anhelante a traves de las nieblas de lo solidamente real de entonces a lo felizmente imaginado de ahora, asi es, tal como he dicho, como habria predicho exactamente mi futuro yo: un hombre de pacientes aficiones y escasa ambicion sentado en una habitacion como esta, en mi silla de capitan de barco, apoyado en mi mesita, justo en esta estacion, el ano encaminandose a su fin en un tiempo clemente, las hojas dibujando la luz, la luminosidad de los dias apagandose de manera imperceptible y las farolas encendiendose un poquito antes cada dia. Si, esto es lo que imaginaba que era la edad adulta, una especie de prolongado veranillo de San Martin, un estado de tranquilidad, de serena indiferencia, en la que no quedaba nada de la apenas soportable y brutal inmediatez de la infancia, donde todas las cosas que me habian desconcertado de pequeno quedaban resueltas, todos los misterios se aclaraban, todas las preguntas se respondian, y los momentos transcurrian gota a gota, casi sin darte cuenta, gotas doradas una tras otra, hacia el descanso eterno y definitivo, casi sin darte cuenta. Naturalmente, habia cosas que el chaval que yo era entonces no se habria permitido prever, en sus ansias de prediccion, ni aunque hubiera sido capaz. La perdida, el dolor, los dias sombrios y las noches de insomnio, esas sorpresas tienden a no quedar registradas en la placa fotografica de la imaginacion profetica.