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Mis suenos nunca llegaban a ser pesadillas en toda regla sino solo interludios perturbados en los que mi madre se quedaba trabajando hasta tarde y no encontraba ningun medio de transporte para volver a casa, a veces en las afueras, en alguna area reducida a cenizas llena de coches abandonados y perros encadenados que ladraban en los patios. Intranquilo, la buscaba en ascensores de servicio y en edificios abandonados, la esperaba en la penumbra de extranas paradas de autobus, vislumbraba a mujeres que se parecian a ella en las ventanillas de los trenes que pasaban y no llegaba a coger el telefono cuando ella me llamaba a la casa de los Barbour; decepciones e incidentes cogidos por los pelos que me zarandeaban y me despertaban con la respiracion sibilante, inquieto y sudoroso a la luz de la manana. Lo malo no era intentar encontrarla, sino despertar y recordar que estaba muerta.