Ella habia ido descubriendo poco a poco la incertidumbre de los pasos de su marido, sus trastornos de humor, las fisuras de su memoria, su costumbre reciente de sollozar dormido pero no los identifico como los signos inequivocos del oxido final, sino como una vuelta feliz a la infancia. Por eso no lo trataba como a un anciano dificil sino como a un nino senil, y aquel engano fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasion. Otra