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Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendia no le habia perdido el carino a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creia antes, sino que nunca habia querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios o a las incontables mujeres de una noche que pasaron por su vida, y mucho menos a sus hijos. Vislumbro que no habia hecho tantas guerras por idealismo, como todo el mundo creia, ni habia renunciado por cansancio a la victoria inminente, como todo el mundo creta, sino que habia ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llego a la conclusion de que aquel hijo por quien ella habria dado la vida, era simplemente un hombre incapacitado para el amor. Una noche, cuando lo tenia en el vientre, lo oyo llorar. Fue un lamento tan definido, que Jose Arcadio Buendia desperto a su lado y se alegro con la idea de que el nino iba a ser ventrilocuo. Otras personas pronosticaron que seria adivino. Ella, en cambio, se estremecio con la certidumbre de que aquel bramido profundo era un primer indicio de la temible cola de cerdo, y rogo a Dios que le dejara morir la criatura en el vientre. Pero la lucidez de la decrepitud le permitio ver, y asi lo repitio muchas veces, que el llanto de los ninos en el vientre de la madre no es un anuncio de ventriloquia ni de facultad adivinatoria, sino una senal inequivoca de incapacidad para el amor.