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Ella bailaba con un chico alto del rancho de San Pablo y llevaba un vestido azul y su boca era roja. El, Rawlins y Roberto se quedaron con otros muchachos junto a la pared, contemplando a los bailarines y, mas alla de ellos, a las chicas de la pared opuesta. Empezo a caminar por delante de los grupos. El aire olia a paja y sudor y una densa fragancia de colonias. Bajo la concha acustica el acordeonista luchaba con su instrumento y marcaba el ritmo con la bota contra los tablones del suelo y luego retrocedio y el trompetista se adelanto. Los ojos de ella le miraban por encima del hombro de su pareja. Llevaba los cabellos negros recogidos con una cinta azul y su nuca era palida como la porcelana. Cuando dio otra vuelta, le sonrio.