Mi optimismo se apoya en esta conviccion antigramsciana: no es la intelligentsia la que hace la historia. Por lo general, los pueblos --esas mujeres y hombres sin cara y sin nombre, las <>, como los llamaba Montaigne-- son mejores que la mayoria de sus intelectuales: mas sensatos, mas pragmaticos, mas democraticos, mas libres, a la hora de decidir sobre asuntos sociales y politicos.