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De los muchos rostros que (como todos los seres humanos) Alejandra tenia, aquel era el que mas le pertenecia a Martin; o, por lo menos, el que mas le habia pertenecido: era la expresion profunda y un poco triste del que anhela algo que sabe, por anticipado, que es imposible; un rostro ansioso pero ya de antemano desesperanzado, como si la ansiedad (es decir, la esperanza) y la desesperanza pudieran manifestarse a la vez. Y, ademas, con aquella casi imperceptible pero sin embargo violenta expresion de desden contra algo, quiza contra Dios o la humanidad entera o, mas probablemente, contra ella misma. O contra todo junto. No solo de desden, sino de desprecio y hasta de asco.