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Era como hablarle a un muerto, porque Jose Arcadio Buendia estaba ya fuera del alcance de toda preocupacion. Pero ella insistio. Lo veia tan manso, tan indiferente a todo, que decidio soltarlo. El ni siquiera se movio del banquito. Siguio expuesto al sol y la lluvia, como si las sogas fueran innecesarias, porque un dominio superior a cualquier atadura visible lo mantenia amarrado al tronco del castano.