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El Dragon era, como he dicho, una urca, una urca coquetona y elegante; parecia una dama holandesa, blanca y rolliza, vestida de negro, que marchaba contoneandose con gracia por el mar. El Dragon era un buen barco, un barco seguro, en el que uno se podia confiar, con una arboladura gallarda y muchas velas de cuchillo. Era de esas embarcaciones que los franceses llaman ardientes.