Mientras volvia a mi casa profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quiza por eso mismo, he ido acostumbrandome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro modo creo que no tardaria en volverme loco.