Habia un no se que de vertiginoso que Emma sentia llegar hasta si, como una emanacion de aquellas vidas amontonadas, y su corazon se henchia profundamente al percibirlo. Era como si las ciento veinte mil almas que alli palpitaban le estuvieran enviando al unisono el vaho de aquellas pasiones que ella les atribuia. Su amor ensanchaba a la vista de aquel espacio y se llenaba con el rumoreo de confusos murmullos que subian hasta ella. Proyectaba su amor hacia fuera, hacia las plazas, los paseos y las calles, y la antigua villa normanda le antojaba una capital desmesurada, una especie de Babilonia por cuyas puertas estaba entrando. Se apoyaba con las dos manos en el borde de la ventanilla y se inclinaba hacia afuera para aspirar la brisa, mientras los tres caballos seguian su galope.