">>En verdad, querida, me molestais sin tasa y compasion; diriase, al oiros suspirar, que padeceis mas que las espigadoras sexagenarias y las viejas pordioseras que van recogiendo mendrugos de pan a las puertas de las tabernas. >>Si vuestros suspiros expresaran siquiera remordimiento, algun honor os harian; pero no traducen sino la saciedad del bienestar y el agobio del descanso. Y, ademas, no cesais de verteros en palabras inutiles: !Quiereme! !Lo necesito <>! !Consuelame por aqui, acariciame por <>! Mirad: voy a intentar curaros; quiza por dos sueldos encontremos el modo, en mitad de una fiesta y sin alejarnos mucho. >>Contemplemos bien, os lo ruego, esta solida jaula de hierro tras de la cual se agita, aullando como un condenado, sacudiendo los barrotes como un orangutan exasperado por el destierro, imitando a la perfeccion ya los brincos circulares del tigre, ya los estupidos balanceos del oso blanco, ese monstruo hirsuto cuya forma imita asaz vagamente la vuestra. >>Ese monstruo es un animal de aquellos a quienes se suelen llamar "!angel mio!", es decir, una mujer. El monstruo aquel, el que grita a voz en cuello, con un garrote en la mano, es su marido. Ha encadenado a su mujer legitima como a un animal, y la va ensenando por las barriadas, los dias de feria, con licencia de los magistrados; no faltaba mas. !Fijaos bien! Veis con que veracidad --!acaso no simulada!-- destroza conejos vivos y volatiles chillones, que su cornac le arroja. "Vaya --dice este--, no hay que comerselo todo en un dia"; y tras las prudentes palabras le arranca cruelmente la presa, dejando un instante prendida la madeja de los desperdicios a los dientes de la bestia feroz, quiero decir de la mujer."