SpaPlatense - Judith - 8

8:1  Oyó estas palabras Judit, una viuda que era hija de Merarí, hijo de Idox, hijo de José, hijo de Ocías, hijo de Elaí, hijo de Jamnor, hijo de Gedeón, hijo de Rafaím, hijo de Aquitob, hijo de Melquías, hijo de Henán, hijo de Natanías, hijo de Salatiel, hijo de Simeón, hijo de Rubén.

8:2  El marido de ella fue Manasés, que murió en los días de la siega de la cebada.

8:3  Pues mientras vigilaba a los que ataban los haces en el campo, vino una insolación sobre su cabeza y murió en Betulia, su ciudad, donde fue sepultado con sus padres.

8:4  Hacía ya tres años y medio que Judit había quedado viuda de (Manasés),

8:5  y en lo más alto de su casa se había hecho una habitación separada, donde moraba encerrada con sus criadas.

8:6  Ceñida de cilicio, ayunaba todos los días de su vida, menos los sábados, novilunios y fiestas de la casa de Israel.

8:7  Era hermosa en extremo, y su marido le había dejado muchas riquezas, muchos criados y posesiones llenas de vacadas y de rebaños de ovejas.

8:8  Todos la estimaban muchísimo, porque era temerosa de Dios, y no había quien hablase de ella en sentido desfavorable.

8:9  Esta, cuando oyó que Ocías había prometido que pasados cinco días entregaría la ciudad, envió a llamar a los ancianos Cabri y Carmi.

8:10  Venidos a ella, les dijo: “¿Cómo Ocías ha podido consentir en entregar la ciudad a los asirios, si dentro de cinco días no viene socorro?

8:11  ¿Y quiénes sois vosotros, que tentáis al Señor?

8:12  No es esta palabra el medio apropiado para atraer su misericordia, sino más bien para provocar su ira y encender su furor.

8:13  Habéis fijado plazo a la misericordia del Señor, y le habéis señalado día según vuestro arbitrio.

8:14  Mas, puesto que el Señor es sufrido, arrepintámonos de esto mismo, y derramando lágrimas imploremos su indulgencia;

8:15  porque no son las amenazas de Dios como las de los hombres, ni se enciende su cólera a la manera de los hijos de los hombres.

8:16  Por tanto, humillemos delante de Él nuestras almas, y poseídos de un espíritu de humildad, como conviene a siervos suyos,

8:17  pidamos con lágrimas al Señor, para que según su voluntad use con nosotros de su misericordia, y para que así como la soberbia de los enemigos ha turbado nuestro corazón, así también nuestra humillación resulte un motivo de gloria.

8:18  Pues no hemos imitado los pecados de nuestros padres, que abandonaron a su Dios y adoraron dioses extranjeros,

8:19  por cuya maldad fueron entregados a la espada y al saqueo y al escarnio de sus enemigos. Nosotros, empero, no conocemos otro Dios que a Él.

8:20  Esperemos humildemente su consolación; Él vengará nuestra sangre de los enemigos que nos afligen, y humillará a todas las naciones que se levantan contra nosotros; el Señor Dios nuestro las cubrirá de ignominia.

8:21  Ahora, pues, hermanos, ya que vosotros sois los ancianos en el pueblo de Dios, y de vosotros depende la vida de ellos, alentad con vuestras palabras sus corazones, para que recuerden que nuestros padres han sido tentados, a fin de ser probados si de veras honraban a su Dios.

8:22  ¡Qué se acuerden cómo fue tentado nuestro padre Abrahán, y cómo, probado con muchas tribulaciones, vino a ser el amigo de Dios!

8:23  Así Isaac, así Jacob, así Moisés y todos los que agradaron a Dios, pasaron por muchas tribulaciones, manteniéndose siempre fieles.

8:24  Mas aquellos que no aceptaron las pruebas con temor del Señor, sino que a causa de su impaciencia profirieron injuriosas murmuraciones contra el Señor,

8:25  fueron exterminados por el exterminador y perecieron mordidos de las serpientes.

8:26  Por tanto, no nos dejemos llevar a la impaciencia por lo que padecemos;

8:27  antes bien, considerando que estos castigos son menores que nuestros pecados, creamos que los azotes del Señor, con que como esclavos somos corregidos, nos han venido para enmienda, y no para nuestra perdición.”

8:28  Dijeron entonces Ocías y los ancianos: “Todo lo que has dicho es verdad, y no hay en tus palabras cosa que reprender.

8:29  Ahora, pues, ruega por nosotros, puesto que eres una mujer santa y temerosa de Dios.”

8:30  Judit les dijo: “Así como conocéis que es de Dios lo que he podido decir,

8:31  así también examinad, si es de Dios lo que me propongo hacer; y orad para que Dios me dé la fuerza para realizar mi designio.

8:32  Vosotros esta noche estaréis a la puerta, y yo saldré fuera con mi doncella; y orad, a fin de que dentro de los cinco días, como lo habéis dicho, el Señor sea propicio a su pueblo de Israel.

8:33  Mas no quiero que investiguéis lo que voy a hacer; y hasta que vuelva yo a avisaros, no se haga otra cosa, sino orar por mí al Señor Dios nuestro.”

8:34  Ocías, príncipe de Judá, le respondió: “Vete en paz, y el Señor sea contigo para vengarnos de nuestros enemigos.” Y volviéndose se retiraron.